Los mayores somos la repera para la Ciencia

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El futuro para los mayores… el bar-pastillero (V)

Del libro ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña (Amazon)

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Como comentaba en otro relato, uno de los rollos de hacerse mayor es controlar las pastillas que nos recetan; no porque no sepas cuáles son, que te las sabes de memoria, sino porque no te acuerdas si las has tomado y a qué hora; pero esto estará resuelto en el futuro.

¿Y cuál será la solución?, ¿Qué sistema inventarán para que no te olvides de tomar la pasti? Bueno, ya sabes que esto del futuro es un desquiciar; como cuando nos decían que en el año 2000 los coches irían por aire y, la realidad es que cada día hay unos atascos del copón; la DGT nos dice que hay que salir de forma escalonada, y ellos en el descansillo esperando a multarte, ¿no?

Como esto de imaginar es libre… yo estoy convencido de que en el futuro, los bares se convertirán en bar-pastilleros. Te explico. Por fuera será como un bar normal, pero al entrar, verás que junto a las botellas habrá cientos de cajitas con los medicamentos más comunes. O, sea, ibuprofeno, ibuprofeno y más ibuprofeno.

Como todos llevaremos un chip, en cuanto entres en el establecimiento, un sensor sabrá si te has tomado los medicamentos o te has olvidado de alguno. Entonces, en función del que te hayas olvidado, se encenderá una luz en la cajita correspondiente y el dueño o camarero lo cogerá y te lo dará. Y aquí viene lo bueno, porque es el futuro, claro

¿Cómo te lo dará? El bar-pastillero tendrá una barra alta a distintos niveles a la altura de la barbilla, te acercaras, abrirás la boca y el camarero, con dos dedos, como si jugara a las chapas, ¡¡¡¡zassss!!!!, lanzará la pastilla y te la tragarás. Luego, te dará un vaso de agua, por eso de que no te asfixies, y solucionado.

Y como en todo hay innovaciones, pues alguien te dirá:

—¿Te has enterado?

—¿De qué?

—¿Pero no lo sabes?

—¿Lo qué?

—Pues que ha venido un tipo de Chile al bar-pastillero Carolina y es alucinante.

—¿Y eso?

—Mira, pone la pastilla en su mano, se inclina un poco y desde un lado de la barra te la lanza con efecto.

—¿Con efecto…?

—Sí, sí, con efecto, y cuando te pasa por el lateral de la boca, te da un placer, un gustito…

—¡¡¡No fastidies!!!

—Sí, sí, es increíble. Tiene tal puntería que incluso no necesitas beber agua.

—Sin agua…, no me lo creo.

—Sí, joé, sin agua, y hasta tiene tal ojo el tío, que te dice si necesitas una endodoncia.

—¡¡¡Vaya crac!!! ¿Y qué cuesta?

—Solo cinco céntimos, vamos, nada.

—Joé, habrá que ir.

—Vete, vete, ya verás…

Como sé que eres un tipo inteligente, seguro que estarás pensando: ¿Y si uno no sale de casa?, ¿Para qué sirve el bar-pastillero si no piso la calle? Pues ni un problema. Habrá dos tipos de bonos: «presencial» y «servicio a domicilio».

En el de «servicio a domicilio», un tipo irá como el de las pizzas, con varias cajas repletas de medicinas, recorrerá las calles y llevará un sensor que le avisará que en tal número y en tal piso hay una persona que se olvidó de tomar la pasti. Cuando suene un pitido o vea la luz del sensor en el manillar de la moto, parará, subirá a la casa, llamará a la puerta, y en cuanto se le franqueen y el inquilino abra la boca… ¡¡¡¡zassss!!!!, pastilla que te crió.

¿Y si no la quiero tomar? Ni un problema, habrá un equipo de intervención rápida; llegarán en helicóptero al tejado de tu edificio, descenderán haciendo rapel, entrarán treinta o cuarenta tíos rompiendo las cristaleras, te darán todos un par de ostias, te abrirán la boca y te la meterán sí o sí.

Pero, claro, eso será en el futuro; por ahora seguirán siendo de colores para que no te confundas, como si fueran lacasitos, y seguirás también montándote un lío de si la tomaste o no y… joé, ahora que lo pienso, ¿tomé yo hoy la del colesterol? ¡Ojalá llegue pronto el futuro!

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PD. – Anímate, sinceramente, que es el mejor regalo que puedes hacer tanto a mayores como jóvenes. ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña (Amazon)

ALGUNOS RELATOS DEL LIBRO

1 ¿Cuándo te consideran mayor?

2 El primer palo de que te consideren mayor te lo da tu médico)

3 Los que tenemos cierta edad no aguantamos al «sonrisillas»

4 Vaya movida esa de la prejubilación.

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Mi nuevo libro: «¿Se es viejo a los 60?, tás de coña»

Pues sí, ya tengo (tenéis) mi nuevo libro, ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña (Amazon, con el que, si estás ya en esa edad, te reirás un montón y te identificarás con las historias que cuento; pero este libro va un poco más allá.

El personal cree que cuando tienes sesenta o más años, que ya estamos fuera de onda, pero es todo lo contrario, estamos de un perfecto y feliz en todos los ámbitos; sí, en ese que piensas, también, que hay que decirlo todo.

Si te digo la verdad, estamos en lo mejor de la vida, lo que sucede es que no nos conocen; hay una idea preconcebida de que somos ancianitosviejecitos, y la realidad es muy distinta y, por cierto, a ver si cuando nos hablas lo haces normal que, joé, pones una voz de apampao…

Pero la culpa no es tuya, ¡hombre!; lo que sucede es que el tema de ser “mayor” hay que empezar a redefinirlo, llevamos siglos con la historia que a partir de cierta edad estamos fuera de la película. Hace tan solo unas décadas, posiblemente era así; pero ahora todo ha cambiado, vivimos en una sociedad muy distinta.


Con este libro, en el que trato con tono humorístico situaciones que vivimos todos los días, pretendo que jóvenes y no tan jóvenes nos conozcan y se interrelacionen con nosotros. No se trata de ser colegas, que las edades son las edades, pero sí ayudarnos mutuamente.

A nosotros nos gusta hablar con la chavalería para estar más en el mundo, y a ellos les puede servir nuestra experiencia, porque hay cosas que por mucho tiempo que pase no cambien. En fin, espero que te diviertas con este libro, que pases un buen rato, que alegres la pestaña y… pues eso ¿Se es viejo a los sesenta?, tás de coña.

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PD. – Anímate, sinceramente, que es el mejor regalo que puedes hacer tanto a mayores como jóvenes.

ALGUNOS RELATOS DEL LIBRO

1 ¿Cuándo te consideran mayor?

2 El primer palo de que te consideren mayor te lo da tu médico)

3 Los que tenemos cierta edad no aguantamos al «sonrisillas»

4 Vaya movida esa de la prejubilación.

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¿Sexo a los 60?, si yo te contara…

Del libro ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña (Amazon)

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El personal está muy equivocado, incluso uno mismo, ya que crees que cuando tengas cierta edad, el asunto erótico… y no. Tú con setenta años estás de muy buen ver y como la vida es así… pues, ¡oye!, que estás en una cafetería y una mujer te mira y que te vuelve a mirar…

Como esto de los años te da como un punto de experiencia, charlas con ella, la haces reír, y cuando ese día solo te ibas a tomar un cruasán a las diez de la mañana, pues que son las once de la noche y sigues de parloteo. Y, claro, dada la situación: o tú le caes bien, o ella no tiene casa. No queda otra.

Y como lleváis unas copillas, estáis más que alegres y en esa fase tan insinuante en la que ella piensa: «pero con la edad que tiene…»; y tú con «si supieras…». Y como el asunto está ya en cuestión de decidir (que el día solo tiene 24 horas, que si tuviera 1.254 no pasaría nada, pero de las 24 has consumido 16), entonces sueltas la frase que es o todo o nada: «si quieres tomar algo en mi apartamento…».

Obvio es decir que este es un momento clave, tanto si eres mujer como hombre: Si dice «sí», pero un «sí» contundente, ¡¡¡olvídala!!!; sí, ¡¡¡olvídalaa!!!; pero ¡¡¡olvídalaaa yaaaa!!!, que seguro que entra en el piso y no te la/lo quitas de encima y terminas yendo todos los días a Mercadona.

Te tiene que decir un «sí» que es como un «no» pero es un «sí», ¿me entiendes? Es posible que si te dice un no rotundo, igual te dé un bajón, pero no te preocupes, que entre siete mil millones de seres humanos que somos, malo será que no se produzca otra conexión interestelar con alguien de Madagascar o Burkina Faso. Pero si te dice el típico sí que es como un no, pero es un sí; entonces vais caminando hacia el apartamento y en ese paseo hay unos besos, unos cariños, unos mimos, unos arrumacos…

Como tu cama está cerca (perdón, quiero decir, casa) entráis, os sentáis; más besos, más cariños, una mano que va y otra viene o que se queda, que nunca viste tantas manos y hasta cuentas cuantos sois. Y si tienes iniciativa, la coges de la mano y, como si fuera un tango y con un movimiento seco… ¡¡flassshhhh!!, sin ropa.

La mueves para un lado, para otro, la lanzas hacia arriba, hace un tirabuzón, según cae la vuelves a lanzar, da cuatro volteretas en el aire y como más que una mujer ya parece un bumerán, ¡¡zas!!, cae en tus brazos y te lo montas en la cocina. Y después de la cocina, al lado del friegaplatos; contra la pared del pasillo; sobre la alfombra; en el sofá; junto al perchero…

Y con un calor que estáis a 140º centígrados, os metéis en el congelador, que dicen que allí no se puede hacer, pero es mentira, que yo lo hice, y como cuando salís estáis a temperatura ambiente y te va el morbo… ¡¡hala!!, ¡¡al balcón!! Y allí nuevamente te lo montas junto al tendal, en medio de la ropa que está colgada, menos que tú, pero colgada.

Y entonces la coges del brazo y la llevas a la habitación. Os tumbáis en la cama totalmente agotados, sin respiración, exhaustos; y en un momento es muy posible que te diga «pensaba que a tu edad…», y tú, como quien no quiere la cosa, le respondes: «descansa, cariño, descansa, que aún nos queda la tostadora, el microondas, la lavadora, la…». Y tú pensabas, y tú pensabas… anda, si estás para esas y muchas más, ¿no? Sí; bueno, igual me paso, ¿no?, no, o sí.

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4 Vaya movida esa de la prejubilación

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Vaya movida esa de la prejubilación (IV)

Lo de prejubilación es otro toque psicológico que te dan porque, digamos que te estan diciendo que ya vas apara mayor, no mucho, pero algo sí; como lo del médico cuando te dice que hay que andar por el tema de la circulación y tú te quedas sorprendido porque has entrado andando y no en silla de ruedas. Tú me entiendes

Bien, pues esto de la prejubilación o la jubilación empieza de muchas formas y acaba como siempre, con poco money para vivir. ¿Y cómo se inicia este proceso irreversible en el que subliminalmente te están diciendo que ya tienes una edad? Pues como casi todo en la vida, de casualidad; encuentras un amigo que te comenta que la va a pedir; que si le queda tantas pelas al mes y que con eso le llega, que casi mejor es solicitarla ahora porque igual cambian las leyes y puede ser peor…

Tú lo oyes como que no va contigo, como quien asiste a una clase de derecho administrativo o un curso acelerado del Imserso, con tan poco interés… Y así estás, escuchando por escuchar, cuando te suelta: ¿Y tú no la vas a pedir?, yo que tú la pediría. Y respondes: ¿Yo?, ¿Pedir yo la jubilación anticipada?; y hasta eres tan ingenuo que añades: ¿Por qué?, ¿Por qué la voy a pedir?

Vamos a ver; tú nunca fuiste un adelantado en esto del existir, que ya en el paritorio te encontraron algo raro, eso es evidente; pero que por qué va a ser, ¡hombre de Dios, por qué va a ser! Quizás porque en tu Dni dice que naciste en el 55, 56, 57 o en el 58 y tienes ya casi los 67 tacos, año arriba, año abajo… Tal vez porque tienes dos hijas que van a cumplir veinticinco… o a lo mejor es porque un día recibiste de tu empresa una insignia de oro por currar lo que no está escrito… ¿Te vale como pista o te hago la prueba del carbono 14?

Total, que no sabes muy bien cómo, pero un día te ves en la Seguridad Social con un papelillo con un número en la mano, una pantalla que lo canta, como si fuera el bingo, y frente a un funcionario o funcionaria.

Y aquí puede pasar de todo, que pienses como asesinar al pavo o pava que cobra del Estado o darle las gracias, porque te puede tocar el que te ayuda y se desvive por ti, pero como des con el que tu pensión parece que la paga él… lo tienes claro. Mira, yo no sé si hay un campeonato internacional, nacional o provincial de ser borde, pero si lo hay… que uno de la SS lo gana…, fijo.

Y qué distintos sois el titular del mostrador número 7 y tú, que como eres buena persona, te da ganas de animarlo y decirle: «mire, no se preocupe, que hay días, meses y años…, ¿le puedo ayudar? Conozco gente que está peor, sabe, porque…», pero también a la vez le ves el careto y que como que no va a ser una buena idea.

Pero este pensamiento de echarle una mano, de darle una alegría, se te va pronto, y entonces preguntas qué diferencia monetaria hay entre la jubilación anticipada y la ordinaria. Es preguntar eso y con una rapidez inusitada, el funcionario o funcionaria mete tus datos en el ordenado, saca de papel y te dice que son 150 euros.

Como ya has hecho cuentas en casa, pues que ves bien, que una pensión de, digamos, entre 1.200 o 1.500 euros, no está mal; pero entonces añade una frase que te destroza: «esto es aproximado». Y claro, ¿qué entiende el Estado por aproximado?, porque para ti, si la aproximación pasa de cien euracos, más los 150 por ser jubilación anticipada, ya nos vamos a los 250, que para un ministro esa diferencia le importa un bledo, con el pastón que gana, pero tú, que te sabes todos los precios del súper, pues que no es lo mismo, ¡¡qué va a ser!!

Y allí, sentado en la silla eléctrica, porque nadie me quita de la cabeza que está electrificada, ya que tanto nerviosismo natural es imposible, entonces dices que sí, que la vas a pedir y puntualizas «si no le importa», porque igual le importa, que esa cara no es normal.

Entonces el funcionario o funcionaria te entrega unos documentos para que rellenes y, cosas de la vida, lo primero que se te ocurre al verlo es por qué hay okupas con tantas casillas vacías, sí, casillas, que hay como para meter a media España dentro. Pero bueno, esto es fugaz.

Coges de boli y empiezas a escribir, pues como lo más normal: «ju», «bi», «la…»; y cuando ya vas por «jubila», como que te miras y te dices: ¿Pero soy yo?, ¿Soy yo el que está escribiendo jubila…?, ¿A que esta palabra termina en «ón»?

Y por mucho que la ves escrita no te lo crees, que no ¡¡¡que no te lo creeesss!!!; pero todo se aclara cuando después de firmar no sé cuántos documentos, te levantas, así como impetuoso y… ¡¡¡Ay, el lumbago!!, ¡¡El lumbagoooo!!! Sí, eres tú.

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Los que tenemos cierta edad no aguantamos al «sonrisillas» (III)

Del libro ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña (Amazon)

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Si hay alguien que no soportamos los que tenemos sesenta años o más es al sonrisillas; das con un sonrisillas y te da un punto de, no de matarlo y que se desangre, que te manchas, pero gasearlo… bueno, bueno.

Tú ves a un sonrisillas y hasta lo intentas con el mechero, te pones junto a él, abres la espita disimuladamente por detrás, y a ver si el tío aspira el gas y cae redondo, unas ganas, pero unas ganas de verlo fiambre. ¿Y quién es el sonrisillas?, ¿El sonrisillas nace?, ¿Se hace?, lo que es fijo es que te deshace.

El sonrisillas es ese tipo que a lo mejor te dejas algo en una cafetería y cuando te vas a ir, dice: «mire, que se olvidaba el tabaco». ¿Y por esto lo quieres matar?, ¿¡¡Qué lo quieres matar porque te ha dicho que te olvidabas de un simple paquete de tabaco!!!? Pues no, no lo quieres matar por lo que te ha dicho, lo quieres degollar por cómo lo ha dicho. ¿¡¡Que cómo lo ha dicho!!?, pues el tío lo ha dicho con una sonrisilla, pero una sonrisilla en plan: «¡ay!, este viejecito, que se olvida…».

Por eso deseas verlo bajo tierra, porque no eres un viejecito, eres un tipo normal que se olvida de cosas igual que él, pero como el tío cree que eres mayor o muy mayor… pues te trata como si fueras imbécil, medio lelo o lelo entero, que llegados a este punto te da lo mismo entero que cuarto y mitad.

El sonrisillas siempre aparece, no falla, da lo mismo que sea verano o invierno, el tío aparece y aparece. A mí me ocurrió en Correos, en A Coruña. Iba a enviar unos libros cuando me acerqué a la oficina, me dirigí a un mostrador y le dije a una señorita: «¿para enviar…?» Y ya no me dejó seguir, tan pocas ganas de conversar… entonces me explicó que justo al lado tenía una máquina para sacar un papelito donde pone «enviar», que al pulsar salía un número y que ese número aparecería en la pantalla, que cuando lo viera, al lado habría otro que correspondía a un mostrador donde me atenderían.

Yo a la chica le entendí todo, absolutamente todo, pero cuando vi que me lo repitió tres veces, sí, tres veces, no una ni dos, ¡¡¡treeesssss!!!; a punto estuve de decirle que solo era un envío, pero vamos, que si era porque se quedara contenta que hacía tres, va a ser ahora por envíos… bo.

Pues ya estaba yo retorciéndome hacia la máquina cuando a la altura del codo observo un papelillo, giro un poco más y veo a un chaval de unos veinte años que lo sostiene en la mano y me dice: «tome». Y sí, con una sonrisilla, pero una sonrisilla en plan «pobre viejecillo, pobriño…», que a punto estuve de decirle, obviamente, en un arrebato: «oye, ¡¡¡gilipollas de los cojones, ya sé que es esa puta maquinitaaaaaa de lo huevosss, que hay que pulsar en enviaarrrrr y sale un númerooo queeeee…!!!».

Pues ya ves, no; cuando lo que tendría que haber hecho era decir a grito pelado lo que estaba pensando, voy y le respondo: «¡ah!, muchas gracias». Pensé en añadir lo de «es usted muy amable», pero esto ya me parecía un cinismo impropio de mí.

Entonces cogí el papelillo, me senté en un banco y así estaba, a la espera de que saliera el número en la pantalla cuando vi que estaba cerca de mí, y el pensamiento fue inmediato: «como a este gilipollas, como a este gilipollas se le ocurra decirme que ha salido mi número… como se le ocurra, lo que va a salir es una ostia al través, que en vez de enviar libros a Barcelona va a ir él volando». Y aquí reconozco que me pasé, lo reconozco, sí, me pasé, pero mucho, porque añadí: «él y su puta familia va a salir volando».

Si te digo la verdad, y perdona por tanto taco, que no es mi costumbre, fue un momento de tensión; yo miraba el panel a ver si salía el número, de reojo al joven, y a punto estuve de coger un estrabismo galopante. Era lo más parecido a ver un partido de tenis; mirada para la pantalla, mirada para el chaval; mirada para la pantalla, mirada para el chaval. Unos nervios…

Al final salió mi número; no sé si la telepatía existe, pero él no dijo nada, y entonces hice el envío; pero también pensé: «la próxima hago tres para contentar a la del mostrador», porque cuando me fui la vi tan así, tan tristiña…

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El primer palo, de que te consideren mayor, te lo da tu médico (II)

Del libro ¿Se es viejo a los 60?, tás de coña (Amazon)

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En esto de que te consideren mayor, el primero que te da un palo cerebral es el médico; que dicen que es tuyo, «tu médico», pero el tío ese o te engaña o algo pasa porque para verlo tienes que esperar varias semanas o meses, si es que vives, claro.


Bueno, pues tú vas a un centro de salud, por eso de que te han llamado para hacer una analítica, y aquello más que un lugar para curarte parece una cadena de montaje: Te ponen una goma en el brazo, te pinchan, te quitan un chupito de sangre, te ponen un algodón con una tirita y ni tiempo te da a dar las gracias.


Al cabo de unos días vuelves a por los resultados y entonces ocurre una cosa muy curiosa. Entras en un despacho donde está el médico, te sientas frente él, el hombre de la bata blanca coge un folio donde figuras tú, pero por dentro, y te dice: «por lo que veo, tiene un poco bajo los glóbulos rojos, los triglicéridos y también…».


Tú, no eres médico, pero cuando alguien dice «bajo» sabes que el asunto no va bien y te da lo mismo los leucocitos, que los glóbulos sean rojos o amarillos o incluso si ha encontrado un manojo de cerezas; oyes bajo, y ya puedes medir 1,80 o 2,15, que bajo estás. Esto, ya puestos, pues tampoco es preocupante, porque acostumbrado vivir con una pensión, imposible tener algo alto; lo que si te sorprende es cuando te pregunta: «¿Y qué vida hace?».


Esto, al principio, no lo entiendes, incluso eres tan inocente que tu primer pensamiento es: «mira qué curiosillo…». Entonces le dices que te levantas sobre las once, que desayunas, que luego te pones a escribir, que comes sobre las tres, una cabezadita de veinte minutos y nuevamente al teclado hasta las diez. ¡Hombre!, igual se te olvida algo, preguntarle por qué no ha comprado uno de tus libros, pero bueno.


Para ti la vida que haces es normal, pero en ese momento y no en otro, es cuando oyes una frase que al principio no la pillas: «tiene que andar». Claro, tú escuchas eso de «tiene que andar» y no sabes muy bien quién está peor, si tú o el, porque tú no has entrado en silla de ruedas, sino con un paso, no digo ligero, pero andando, andando… casi diría que sí.


Como digo, lo de «tiene que andar» no lo pillas, y menos cuando añade: «es que su vida es muy sedentaria y andar es muy bueno para la circulación». Yo la primera vez que oí eso de la circulación me despistó y hasta me dije: «otra multa», y por instantes, a quien tenía enfrente lo vi vestido de verde y creí que era uno de la DGT, pero al no ver la moto, cavilé: «No creo…, sin moto… y aquí, en un centro de salud…».


Y así era, qué agente ni historias, ¡¡¡era el médico!!!, una alegría darme cuenta de que no me emplumaban los de verde… entonces, como yo soy así, como muy respetuoso, contesté, «pues habrá que andar», que lo dije por decir. Pues oye, qué influencia tiene estos tipos de la bata blanca, ¡¡pero qué influenciaaa!!; al cabo de una semana ya estaba yo haciendo dos kilómetros como dos soles; plis-plas, plis-plas, a una marcha… a un «a que me ahogo que me muero…».


Y entonces, en la vida siempre hay un entonces que lo descalabra todo… ves a un amigo, lo paras, te habla también de los leucocitos, de la circulación; y cuando ya por costumbre vas a sacar un cigarrillo y sentarte en un banco, te dice que no, que dejó de fumar y que además se tiene que ir «porque pierdo el ritmo». ¿El ritmo?, ¿Qué pierde el ritmo ese pavo que lo conoces desde hace cuarenta años y era un soso…?, ¿Qué pierde el ritmo, el ritmo?


Y allí te quedas, parado en medio del paseo, un tanto cansado, pero es momentáneo, porque al poco rato, te sientas y, entre nosotros, para olvidarte de lo que te dijo el médico y entrar en fase tranquila, un cigarrillo después de andar dos kilómetros sienta… ¡buah!.

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En los ochenta éramos más liberales que ahora

Pues sí, en los años ochenta, los de “la movida”, el personal era más liberal que ahora, éramos más divertidos, más alegres, nos reíamos de casi todo y no andábamos con las gilipolleces de ahora.

Ahora, el lobbie feminazi, que recibe una pasta gansa del Gobierno, está a la que salta, (para seguir cobrando, claro) y se moviliza ante lo que sea o se lo inventa para poner el grito en el cielo. Y sí, ahí, en el cielo o en un monasterio, es donde deberían estar porque son de un pijerío recalcitrante, de un beatismo que asusta y de un aburrimiento sublime.

Estas pavas del niños, niñas niñes, más que reclamar una teórica ideología o filosofía de la vida, mejor les iría pedir de urgencia unas jornadas de psiquiatría acelerada 2.0, porque a mí me da que muchas feminazis (por cierto, feas un rato largo las tías) lo que tienen es un problema existencial, que no encuentran su sitio en un mundo más abierto mentalmente de lo que ellas creen.

Y tanto presionan (gracias al money que reciben) que se ha llegado a un punto insoportable en el que los hombres andamos (andan) atemorizados, a algunos les da miedo opinar, otros callan y como hagas algo que no le gusta al lobbie, pues te conviertes en la diana de sus frustraciones porque para esta «liberales» monjiles, lo que no les gusta es machismo, y el hombe, en sí mismo, sinónimo de enemigo

De lo que estoy seguro es de que se trata de una minoría bien organizada, pero minoría; porque yo conozco a muchas mujeres inteligentes, que si les cuentas un chiste “machista”, lo ven como eso, como un chiste; obviamente, un chiste fino, uno una animalada. Tienen una mente abierta, son divertidas, simpáticas… estupendas.

Y mientras esto no cambie, así estamos, que nos ha tocado una banda de feminazis a las que con sus paranoias diarias habrá que seguir aguantándolas, quien las aguante, porque yo… desde luego que no.

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El verano y esa «preciosa» visita a los acantilados

Del libro Relatos de verano para reír todo el año (Amazon,Tapa blanda y kindle). Mi única intención… que sonrías; bueno, si lo compras… también 😉

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 En esta época tan dada a no estar quietos, una de las cosas que se suelen hacer son excursiones, pequeños viajecillos para conocer sitios, para hacer miles de fotos y luego no saber si aquello era Tomelloso, La Gomera o Tui.

Y en esto viajecitos, sobre todo si es por el norte de España, es normal que un día te digan que hay unos acantilados preciosos desde donde se ve la inmensidad del océano y que si vas por la carretera comarcal C-1428-DL, el paisaje es impresionante, con unas vistas… Entonces vas tú con tu coche, el GPS, y llegas al acantilado.

Bueno, esto de llegar al acantilado hay que explicarlo: el acantilado como tal no aparece, así como así, como lo hace un árbol en la llanura de Castilla, una vaca en medio de un campo o una avispa en el parabrisas, no. Primero, ponle unos cinco kilómetros, subes una cuesta que parece que vas a despegar, y mientras asciendes, no falla.

No has recorrido ni quinientos metros y tu mujer, esposa o acompañante, te dice frases como «mira que si nos caemos…» «mira que si pinchamos…» «y si nos quedamos sin gasolina…», que te da ganas de decirle: «No te preocupes, ¿ves aquel superpetrolero allá, en el medio del mar? pues le lanzo desde aquí una manguera y repostamos».

Y al poco rato… «tú mira al frente, no vayamos a chocar» «vete más despacio» «ten cuidado con…». Pues esto, no te lo pierdas mariló, es un viaje de placer, sí, de placer; es decir, que a los que van contigo no los has atado de pies y manos y metido en el coche a la fuerza, no, y estás seguro que no porque de hacerlo no se te olvidaría una cosa: amordazarlos, pero amordazarlos hasta que no pudieran decir ni «umm umm».

Y cuando ya has llegado a lo alto, pero a lo alto alto de todo, no tanto como al altísimo nuestro Señor, y donde lo lógico sería salir del coche y disfrutar de los acantilados con el mar de fondo… «¡Ay, vámonos!, que aquí que me da un miedo…» «¡ay, no salgáis del coche!» «¡venga venga, vámonos vámonos!».

 Yo cuando oigo esto pienso: «y si en vez de llevarlos por la cornisa cantábrica se asoman a la cornisa de casa, que más o menos es igual, y me ahorro esta serenata». Aunque también cavilas: «Y si para mayor seguridad los llevo a trescientos kilómetros de separación del acantilado… por León o Palencia, que a lo mejor disfrutan igual y me sale bastante más económico emocionalmente hablando…».

Y mientras desciendes por la zigzagueante carretera, tras ver el acantilado exactamente 2,085 segundos, lo que Mireia Belmonte hace en 200 mariposa, más de lo mismo: que si vete despacio, que te acercas mucho al desnivel, otra vez que si la gasolina, que se está haciendo de noche…

y entonces recuerdas esos documentales en los que se ve un caza que tiene unos botones y que al pulsarlos allá va a tomar viento el piloto saltando de la cabina empujado por una fuerza del copón a 3.000 o 4.000 metros, e instintivamente los buscas para ver si saltan todos y desaparecen. Pero no, ¡que van a desaparecer!, y cuando llegas a donde veraneas y te encuentras a unos amigos, entonces oyes una frase que te destruye, que te deja impresionado, pero mucho más que los acantilados, pero vamos, muchísimo más.

Aunque tu mujer tenga aún la tensión a 328 y a punto esté de que le salten las venas por eso de la descompresión, les suelta, así como: «Venimos de un sitio maravilloso, pero maravilloso, unos acantilados… ¡tenéis que ir! ¡no os los podéis perder!». Y justo eso es lo que piensas: «Si supieras tú a quien deseaba yo perder…».

Del libro Relatos de verano para reír todo el año (Amazon, Tapa blanda y kindle). Mi única pretensión… que sonrías; por cierto, sabes que los libros se pueden comprar… 😉

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4. La manía de ver chales en verano.

5 El verano y el dichoso puerto de mar

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El verano y… el dichoso puertecito de mar

Del libro Relatos de verano para reír todo el año (Amazon,Tapa blanda y kindle). Mi única pretensión… que sonrías; bueno, si lo compras… también 😉

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No es porque sea tonto, que lo soy, o imbécil, que también; sino por precisar, por eso que llaman concretar o, mejor dicho, centrarnos, que casi queda mejor.

Cuando vas a un pueblecito que es puerto de mar y porque eres de Soria, que lo máximo que ves de agua es la del grifo, pues vas a ver eso, el puerto y el mar, hasta aquí lo tienes claro. Pero también cuando en las calles de la villa marinera no hay donde aparcar, entonces vas al dique de abrigo, un muelle inmenso, y aquí ocurre algo que debe de estar fechado de cuando el hombre inventó la rueda, allá por el MMMCMVIII ACDC.

Vas a estacionar el coche y, aunque el mar esté como a diez kilómetros, siempre hay alguien que dice: «Ten cuidado, no vayamos a caer». Y en ese momento te da ganas de decir: ¿sabes cuántos turismos caen al mar en un siglo? Pues desde que Nicolás Cugnot en 1769 creó el primer vehículo de vapor, al que llamó Fardier (textualmente carro pesado) pues tres o cuatro y ni la DGT tiene estadísticas, pero según tú, por bemoles vamos a caer hoy al mar, 15 de julio, a las 20 horas GMT, una menos en Canarias. Gracias, animoso.

Y si esto solo quedara aquí no sería tanto problema porque siempre hay gente temerosa para la que toda precaución es poca; ya sabes, esos que cruzan hasta por el paso de peatones y si ven una luz roja se paran, aunque sea la de un club de alterne; pero no falla el que dice cuando has encontrado sito para aparcar: «¡Ay!, no, yo me bajo». Y en efecto, se apea del coche, y tal cual lo ves por el parabrisas cavilas: «Ahogar no te ahogarás, pero como no te apartes de donde estás te atropello y te vas a quedar liso como un papelillo de fumar».

Y como si el asunto fuera una tradición, tras alejarse del vehículo, da unos pasos hacia adelante mientras mira como haces la maniobra, que supongo que se acerca por eso de que, si te caes, vivirlo intensamente, porque otra razón, es que no la veo, como que se va a tirar el tío ese a rescatarte…

Y al final, cuando ya has estacionado, cuando has dado cien mil vueltas visitando el pueblo y por fin te has dado cuenta de que la villa no da más de sí, que no hay ni dos ni tres plazas con jardines, que es la misma, pero la mismísima porque es imposible, pero totalmente imposible que haya tres tiendas con el nombre de «Empanadas Rodríguez»; cuando ya te habías olvidado de la película que te montaron al aparcar y decidís iros… de nuevo la misma historia.

Pero entonces ya no es solo él o ella, esto ya es plan grupo, como si con los que fueras, en vez de ser familiares o amigos fuera una banda, y oyes: «casi es mejor que saques el coche y nos subamos todos». Y claro, o eres totalmente imbécil, vives anestesiado o te crees un superhombre, pero todo da la sensación que si te matas, pues que no pasa nada, pero nada de nada, vamos, que te ahogas y se van todos a «Empanadas Rodríguez» a celebrarlo. Como si lo viera.

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Del libro Relatos de verano para reír todo el año (Amazon, Tapa blanda y kindle). Mi única pretensión… que sonrías; por cierto, sabes que los libros se pueden comprar… 😉

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