Un libro para que pases un buen rato, disfrutes y sonrías
Claro, si fuera pescador pescaría un pez, si fuera abogado defendería a un acusado y, si fuera médico, mandaría al otro mundo a un par de ellos que conozco; pero como se me ha dado por escribir… pues un nuevo libro, Relatos de verano para reír todo el año. (Amazon, tapa blanda 13€ y ebook 2,99)
¿Y qué vais a encontrar en este nuevo volumen? Relatos de verano para reír todo el año solamente pretende que pases un rato agradable en el que se cuentan las mil y una situaciones que nos ocurren a todos en esa época estival-festival. Desde el niño que te da un pelotazo cuando estas tumbado en el arenal; el amigo ese plasta que te visita inesperadamente y se alegra, pero tú no.
También está el que no hace más que darte la brasa para que te bañes en su piscina, que por lo visto la compró para eso, para que tú bañes y no él. Sin olvidar al que va a una fiesta popular con sus tropecientos hijos, pierde uno y tiene la mala suerte de encontrarlo. Un libro de humor costumbrista que trata sobre el existir y resistir en una singular y peculiar época del año: El verano
Y para que entres en calor, te pongo tres de los casi 60 relatos que contiene el libro.
LA MOVIDA DE LAS PISCINAS
Creo, no, estoy seguro que un día de estos van a prohibir el verano o lo van a reducir porque la gente en esta época del año dice cosas muy raras, o al menos a algunos les van a hacer un test psicológico para comprobar si están preparados para estar un mes junto a otros congéneres.
Yo no sé si te pasa a ti o es que a mí me caen todas, que puede ser; pero no es la primera vez que me presentan a alguien y, en vez de comentarte a qué se dedica para entablar así una conversación y buscar puntos en común y de encuentro… pues no pasa ni media hora y te suelta: «Pues tenéis que visitarnos y venir a la piscina, que ¡el agua está genial!».
Yo cuando oigo eso, a punto estoy de decir que el agua la conozco, y también la electricidad e incluso el fuego y la rueda, pero por no molestar o coger una pértiga y largarme de allí… pues hablo del agua, y lo máximo que se me ocurre del H20 es decir lo fría que está en Galicia, es que no me da más de sí el tema.
Pues no me digas cómo, al que acabo de conocer me lleva a su chalé, a su piscina, y me empieza a contar cómo se construyó, que si el suelo y las juntas, que si este material y el otro, que si la impermeabilidad, que si las escaleras, que si las duchas, que si para no resbalar, que si le costó esto o lo otro, que cada cierto tiempo el cloro y el sistema de saneamiento…
Yo sinceramente soy muy prudente, pero mucho; en lo que va de verano me he metido entre neurona y neurona una docena de piscinas, una de ellas olímpica, siete trampolines, varios kilómetros de corcheras y un salto con tirabuzón carpado y no he dicho nada, pero nada de nada, mostrando un interés bárbaro por el asunto, y hasta me han dicho que soy muy agradable. Que también esto es raro, no hablas durante dos horas seguidas y dicen que eres muy agradable. Tampoco se trata de que quieras hablar de Kant, de la filosofía grecorromana o de los ovnis, pero del cloro… de la tabla periódica a mi edad… pero como el tío sigue con el cloro, medidas y proporciones, yo pienso: «¿Este tipo será analista? ¿habrá descubierto el agua?» «¿vivía en un desierto? pasan cosas tan raras…
De verdad que no entiendo la manía esa de invitar a la gente a la piscina, y menos sin flotador. A una comida… vale; a unos vinillos y tapeos… vale, a dar una vuelta en velero… vale, ¡pero a una piscina…! Y cuando ya el tema no da más de sí, ni yo tampoco, porque mentalmente has construido como 45.728 albercas y estás agotado, entonces el técnico experto en estanques y aljibes; o sea, en todo lo que es cóncavo y puede contener líquido, te dice: «¿quieres tomar una copa?». Y a ti, que te apetece un gin-tónic o una caña, por ejemplo, pues nada, que se te escapa y dices: «agua», qué se vas a decir ¿ginebra? ¿ron?, después de mil horas con el H20…
Sinceramente, o un día prohíben el verano o a algunos las vacaciones, que algo hay que hacer. Claro que, si me siguen diciendo que soy tan agradable, hasta igual pido que construyan más piscinas y si el agua tiene gas… mejor, así por lo menos aún me queda la posibilidad de, en un momento dado, autogasearme que, sinceramente, no lo descarto.
…………
EL CUBO Y LAS PALAS
Hay algo más hermoso que el cubo y la palas… sí, lo hay: los excubos y las expalas; o sea, que hubieran sido un recuerdo al igual que la extinción de los dinosaurios o de los sarcosuchus imperator, que fueran a tomar viento, que no existieran e imposible reproducirlas. Pues no. Fíjate que se perdieron cosas en la glaciación ésa, desde animales y plantas hasta familias enteras que vivían de alquiler, pues resulta que justo el cubo y las palitas de marras no sucumbieron a la catástrofe, sino que incluso se multiplicaron por millones, con lo felices que seríamos todos los padres sin esos condenados útiles de verano…
Y es que cuando llega esta época de niveatur broncis, si tienes niños pequeños y vas a la playa, pues hay que hacer un castillo; y tú, que de castillo lo único que tienes es el apellido, que te llamas Miguel Ángel del Castillo… pues a hacer de arquitecto del medievo sin repajolera idea, que, de artista, también lo único que tienes es lo de Miguel Ángel porque el resto… Entonces, con una vocecita que porque estás con un niño se te perdona, que si no te encierra el Gobierno y te da una subvención porque te falta un hervor, empiezas: «Y aquí una torrecita, aquí la otra, y ahí la entrada. ¡Qué bonito queda ¿verdad?!».
Pero vamos a ver, joé, como que aquí una torrecita, aquí la otra y ahí la entradita… pero realmente tú crees que eso es un castillo… eso es una chapuza del 21. Tú qué crees, que el niño es tonto… que nunca ha visto castillos… pero tú mamón ¿sabes lo qué es la Xbox? Qué vas a saber lo que es la Xbox, si aún estás con el Juegos Reunidos Geyper de cartoncillo…
El chaval, que de castillos sabe más que tú, está esperando a que lo hagas con una muralla, con una empalizada, con un foso, un puente levadizo, un patio de armas, una zona para las caballerizas, el salón del trono… Tío, lo que has hecho es una cueva, una cueva pinchada de un palo y por eso tienes ahí al pequeño que ni se empata, que te mira como diciendo: «¡¡¡Dios, qué mula de padre tengo!!!». Y no lo dudes que lo piensa, no lo dice porque no puede ya que con un año no hay rapaz que hable, pero que lo piensa… vamos que si lo piensa. En confianza, si hasta tus amigos también lo piensan no lo va a pensar el crío, que te ve todos los días…
Y además de no saber ni lo que haces has cometido dos errores de bulto: uno, construir ese pseudocastillo cerca del mar, con lo cual al cuarto de hora ya están las olas destruyendo esa desfeita que acabas de hacer. Y dos, y la más importante, te has colocado justo al lado de un tipo que es la releche en esto de los castillos. Un miniaturista del copón que hasta ha traído una cajita con soldaditos de época para poner en las almenas tirando con arcos, con ballestas, con lanzas…
Sí, de acuerdo, ese pavo tiene cara de papón y seguro que lo es con esa cajita que da ganas de darle una patada y que acabe en el Gran Sol, pero ese no es el tema; el tema es que quieres hacer un condenado castillo y tú ni idea, pero tu hijo… tu hijo lo tiene claro, pero que muy claro: «¡¡Menuda mula de padre tengo!!». Y tienes suerte, porque yo soy el peque, paso de ti, le pido al otro que me adopte y le llamo papá.
…………..
UNA VISITA A UNOS ACANTILADOS
En esta época tan dada a no estar quietos, una de las cosas que se suelen hacer son excursiones, pequeños viajecillos para conocer sitios, para hacer miles de fotos y luego no saber si aquello era Tomelloso, La Gomera o Tui.
Y en esto viajecitos, sobre todo si es por el norte de España, es normal que un día te digan que hay unos acantilados preciosos desde donde se ve la inmensidad del océano y que si vas por la carretera comarcal C-1428-DL, el paisaje es impresionante, con unas vistas… Entonces vas tú con tu coche, el GPS, y llegas al acantilado.
Bueno, esto de llegar al acantilado hay que explicarlo: el acantilado como tal no aparece, así como así, como lo hace un árbol en la llanura de Castilla, una vaca en medio de un campo o una avispa en el parabrisas, no. Primero, ponle unos cinco kilómetros, subes una cuesta que parece que vas a despegar, y mientras asciendes, no falla. No has recorrido ni quinientos metros y tu mujer, esposa o acompañante, te dice frases como «mira que si nos caemos…» «mira que si pinchamos…» «y si nos quedamos sin gasolina…», que te da ganas de decirle: «No te preocupes, ¿ves aquel superpetrolero allá, en el medio del mar? pues le lanzo desde aquí una manguera y repostamos».
Y al poco rato… «tú mira al frente, no vayamos a chocar» «vete más despacio» «ten cuidado con…». Pues esto, no te lo pierdas mariló, es un viaje de placer, sí, de placer; es decir, que a los que van contigo no los has atado de pies y manos y metido en el coche a la fuerza, no, y estás seguro que no porque de hacerlo no se te olvidaría una cosa: amordazarlos, pero amordazarlos hasta que no pudieran decir ni «umm umm».
Y cuando ya has llegado a lo alto, pero a lo alto alto de todo, no tanto como al altísimo nuestro Señor, y donde lo lógico sería salir del coche y disfrutar de los acantilados con el mar de fondo… «¡Ay, vámonos!, que aquí que me da un miedo…» «¡ay, no salgáis del coche!» «¡venga venga, vámonos vámonos!».
Yo cuando oigo esto pienso: «y si en vez de llevarlos por la cornisa cantábrica se asoman a la cornisa de casa, que más o menos es igual, y me ahorro esta serenata». Aunque también cavilas: «Y si para mayor seguridad los llevo a trescientos kilómetros de separación del acantilado… por León o Palencia, que a lo mejor disfrutan igual y me sale bastante más económico emocionalmente hablando…».
Y mientras desciendes por la zigzagueante carretera, tras ver el acantilado exactamente 2,085 segundos, lo que Mireia Belmonte hace en 200 mariposa, más de lo mismo: que si vete despacio, que te acercas mucho al desnivel, otra vez que si la gasolina, que se está haciendo de noche… y entonces recuerdas esos documentales en los que se ve un caza que tiene unos botones y que al pulsarlos allá va a tomar viento el piloto saltando de la cabina empujado por una fuerza del copón a 3.000 o 4.000 metros, e instintivamente los buscas para ver si saltan todos y desaparecen. Pero no, ¡que van a desaparecer!, y cuando llegas a donde veraneas y te encuentras a unos amigos, entonces oyes una frase que te destruye, que te deja impresionado, pero mucho más que los acantilados, pero vamos, muchísimo más.
Aunque tu mujer tenga aún la tensión a 328 y a punto esté de que le salten las venas por eso de la descompresión, les suelta, así como: «Venimos de un sitio maravilloso, pero maravilloso, unos acantilados… ¡tenéis que ir! ¡no os los podéis perder!». Y justo eso es lo que piensas: «Si supieras tú a quien deseaba yo perder…».
………….
(Amazon, tapa blanda 13€ y ebook 2,99)