
Del libro Relatos de verano para reír todo el año (Amazon,Tapa blanda y kindle). Mi única pretensión… que sonrías; bueno, si lo compras… también 😉
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No es porque sea tonto, que lo soy, o imbécil, que también; sino por precisar, por eso que llaman concretar o, mejor dicho, centrarnos, que casi queda mejor.
Cuando vas a un pueblecito que es puerto de mar y porque eres de Soria, que lo máximo que ves de agua es la del grifo, pues vas a ver eso, el puerto y el mar, hasta aquí lo tienes claro. Pero también cuando en las calles de la villa marinera no hay donde aparcar, entonces vas al dique de abrigo, un muelle inmenso, y aquí ocurre algo que debe de estar fechado de cuando el hombre inventó la rueda, allá por el MMMCMVIII ACDC.
Vas a estacionar el coche y, aunque el mar esté como a diez kilómetros, siempre hay alguien que dice: «Ten cuidado, no vayamos a caer». Y en ese momento te da ganas de decir: ¿sabes cuántos turismos caen al mar en un siglo? Pues desde que Nicolás Cugnot en 1769 creó el primer vehículo de vapor, al que llamó Fardier (textualmente carro pesado) pues tres o cuatro y ni la DGT tiene estadísticas, pero según tú, por bemoles vamos a caer hoy al mar, 15 de julio, a las 20 horas GMT, una menos en Canarias. Gracias, animoso.
Y si esto solo quedara aquí no sería tanto problema porque siempre hay gente temerosa para la que toda precaución es poca; ya sabes, esos que cruzan hasta por el paso de peatones y si ven una luz roja se paran, aunque sea la de un club de alterne; pero no falla el que dice cuando has encontrado sito para aparcar: «¡Ay!, no, yo me bajo». Y en efecto, se apea del coche, y tal cual lo ves por el parabrisas cavilas: «Ahogar no te ahogarás, pero como no te apartes de donde estás te atropello y te vas a quedar liso como un papelillo de fumar».
Y como si el asunto fuera una tradición, tras alejarse del vehículo, da unos pasos hacia adelante mientras mira como haces la maniobra, que supongo que se acerca por eso de que, si te caes, vivirlo intensamente, porque otra razón, es que no la veo, como que se va a tirar el tío ese a rescatarte…
Y al final, cuando ya has estacionado, cuando has dado cien mil vueltas visitando el pueblo y por fin te has dado cuenta de que la villa no da más de sí, que no hay ni dos ni tres plazas con jardines, que es la misma, pero la mismísima porque es imposible, pero totalmente imposible que haya tres tiendas con el nombre de «Empanadas Rodríguez»; cuando ya te habías olvidado de la película que te montaron al aparcar y decidís iros… de nuevo la misma historia.
Pero entonces ya no es solo él o ella, esto ya es plan grupo, como si con los que fueras, en vez de ser familiares o amigos fuera una banda, y oyes: «casi es mejor que saques el coche y nos subamos todos». Y claro, o eres totalmente imbécil, vives anestesiado o te crees un superhombre, pero todo da la sensación que si te matas, pues que no pasa nada, pero nada de nada, vamos, que te ahogas y se van todos a «Empanadas Rodríguez» a celebrarlo. Como si lo viera.
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Del libro Relatos de verano para reír todo el año (Amazon, Tapa blanda y kindle). Mi única pretensión… que sonrías; por cierto, sabes que los libros se pueden comprar… 😉
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