Carlos Dívar está enamorado, del trabajo, claro

Carlos Dívar es el presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo; pero por el mogolló de viajes que hace parece más bien el repartidor de donuts o el representante de viajes Halcón, para que luego digan que la justicia es lenta… ¿Dónde pasar un fin de semana?, en Marbella; que no tienes nada que hacer… en Marbella, que tienes algo que hacer… pues también en Marbella. ¿Y por qué no? Sol, playa, buenos restaurantes, grandes hoteles, lujo, ambiente, fiestas, chicos, chicas, buen alterne… allí se está supremo.

A mí la verdad me cuesta creer que una persona vaya tantas veces a un sitio, salvo que esté haciendo un levantamiento topográfico del terreno, que ya se sabes que hay aficiones para todos los gustos; pero de jueves a lunes, en horas de trabajo… es raro; pero sinceramente más raro, pero bastante más, me parece que vaya de martes a jueves a Madrid, porque ya puestos… pues se traslada la sede de CGPJ a Marbella y pelillos a la mar, que además, como son menos días en la capital… pues nos sale más baratos que los 28.000 euros de ala que lleva gastados este crack del desplazamiento.

Personalmente no creo que Carlos Dívar haga tantos viajes. Estuve dándole vueltas a esto de tanto trajín Madrid-Marbella-Madrid; pensé en mí (que no hay cosa mejor que antes de hablar de otro adentrarse en uno mismo) y llegué a la conclusión que Carlos Dívar está enamorado, pero muy enamorado, de su trabajo, claro. Y prueba de que es un tipo apasionado por él (por el trabajo, claro) es que a costa de todos nosotros pagó 24 cenas de currele y ocho almuerzos para dos personas.

Yo no creo que los comensales que acompañaron Dívar en sus cenas fueran personas distintas; es más, creo que era la misma porque los jurídicos, los amantes de las leyes, de la Lex-legis, por lo general, no suelen tener una visión amplia de las cosas, sino porque por su formación profesional y académica, por su carrera, se ciñen a la letra y no hay cosa mejor, también en otros ámbitos, que ceñirse a algo o alguien, te equivocas menos. Y especialmente en cosas de trabajo, cuando te absorbe tanto que es como una pasión incontrolable y, por él o ella (me refiero a los conceptos trabajo o tarea, claro), eres capaz de ir un día si y otro también de Madrid a Marbella y de Marbella a Madrid.

Lo que me duele, y supongo que a Dívar bastante más, es que quien o quienes lo acompañaron no digan públicamente «estuvo conmigo» en tal o cual sitio; y así se evitarían muchos malentendidos, equívocos, chismorreos, y nos gastaríamos (poner la palabra ahorrar aquí como que no es la apropiada) todo tipo de conjeturas y extrañezas como eso tan curioso de que no haya pagado prácticamente ni una comida de trabajo y que casi todo hayan sido cenas.

Como digo, si sus amigos o con los/las que se reunió para trabajar mucho por la noche dicen «estuvo conmigo», se acabó este lío; aunque mejor sería que el propio Dívar lo explicara y bien explicado por aquello de «si así lo hiciereis que Dios os lo premie, y si no, os lo demande»; que visto a sí, como que más bien, que lo demande y que sea Dios, claro, porque aquí en la Tierra, me da que no.