
A mí esto de la Covid me tiene destrozado; yo quería ser negacionista, pero no puedo, imposible; toda la vida diciendo «sí, sí, sí…», pues que no me sale el «no»; así que me impuse a mí mismo una especie de terapia para ser el negacionista perfecto.
Un día que me levanté muy temprano me dije: «las vacunas no valen, no valen, las vacunas no valen, no valen», pero a la vez que pensaba esto, una voz interior me decía «sí que valen, Guisande; sí que valen».
Esto era una lucha interna a la que no veía solución (trazas, que diría mi abuela), así que decidí empezar a negar el entorno más cercano «Manuel Guisande, no existe, Manuel Guisande no existe» y cuando no sé porqué me sentí a gusto con llamarme Raúl Fornelos, decidí seguir con el proceso porque estaba, como decirte, entusiasmado.
Al día siguiente me dije: «la catedral de Santiago no existe, la catedral de Santiago no existe» y entonces pongo la televisión gallega y… joé, pues la catedral ocupando toda la pantalla porque unos peregrinos no sé si hicieron el camino en patinete o en bañador.
Yo comprendo que cualquier ser humano se derrumbaría, pero yo, no; yo estoy hecho de otra pasta, anulé el canal de la TVG y me crecí, reconozco que me crecí porque me dije «Nueva York no existe, Nueva york no existe» y, como ya había cruzado el atlántico, pues ya que estaba allí… «el continente americano no existe, no existe y no existe».
Como negacionista iba como una moto, te lo juro que sí porque en tres días no existía América, Asia, África… joé, me salían los noes con una facilidad… por ejemplo, había momentos que me decía. ¿Y Jap…?, no dejaba ni terminar la palabra, Japón, que como un resorte me salía: «no existe»; ¿y Rusi…? «no existe» ¿y Ocea…? «no existe».
Te lo juro que estaba maravillado, era ya un negacionista perfecto, hasta tal punto que me arranque las cuerdas vocales y las consonantes para no escuchar esa voz interior que al principio me decía que las vacunas eran efectivas.
Estaba yo de un negacionista total por todo el mundo, cuando de repente, estoy en casa, llaman al teléfono, lo cojo y oigo una voz gallega que me dice «Señor Guisande, ten que vacinarse».
Y oye, no sé si porque la chica de la llamada tenía acento de Cambados o porque de tanto estar fuera Galicia, tenía ya morriña… me salió un sí, pero un sí de la leche y a tomar viento tanto negacionismo; me calcaron tres inyecciones y como más que persona me sentía vaca, una felicidad al sentirme marela… pero es que ni te lo imaginas ¿no?, digo ¿sí?
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