
Parte de un capítulo de «Galicia, la última emigración cósmica«. (Tras desprenderse Galicia de España por causas desconocidas, Pasadena guiaba el módulo de mando, enviado por la NASA y anclado en Fisterra (como si fuera un coche) y el presidente de la Xunta, Eladio Varela hacia una singular petición.
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Además de las impresionantes cosechas, otro de los descubrimientos de estar en el espacio fue, a diferencia de lo que se pensaba, que a cierta altitud pasarían frío, resultó justo lo contrario. Galicia se desplazaba a través de una masa de aire cálido, como una especie de microclima galáctico, con una temperatura media por la mañana de veintitrés grados y de quince a la noche, por lo que el equipo integrado por Pasadena y sus colaboradores, al que se unió Fandiño, experto amarrador, hizo una inaudita petición a Eladio: que se pusiera en contacto con Amancio Ortega para que les hicieran llegar un millón y medio de bikinis y setecientos mil bañadores para hombre, de las tallas X, L, XL y XXL, pero de diferentes colores, «que non somos un exército», se señalaba en un escrito.
También se indicaba en el texto que iban a cubrir con plásticos el interior del estadio de Balaídos, convirtiéndolo en una inmensa caja sin tapa para que desde varios aviones de transporte lo llenaran de crema líquida protección solar 50, que luego ellos ya se encargarían de recoger en pequeños botecitos que repartirían por toda la comunidad para echarse por el cuerpo y así evitar quemaduras y estar morenos, «que estamos de un riquiño, así morenochos, que nin che conto», se decía también en el informe.
Dada la extraña petición, el secretario 1.234 se puso en contacto con el superasesor 27, Rogelio Amor y Amor, que desde que tomó posesión no había hecho nada, lo que fue muy valorado por Eladio Varela, y este con Amancio Ortega, que acababa de comprar Marruecos, Argelia y Túnez, así como Australia, porque le hacía ilusión tener un continente propio. Esto del continente, para muchos resultó ser muy raro, como así lo explicaba un anciano mientras fumaba con un amigo un cigarrillo en una calle de Mazaricos: «Se xa ten Carrefur, pra que quere Continente, é que non o entendo e non o entendo».
Localizar a Amancio no resultaba fácil porque estaba liado con uno de los mayores obstáculos de su empresa, precisamente en España, concretamente en Zaragoza, donde se hallaba el centro logístico para la distribución mundial de su industria textil y quería cambiar el nombre de Zaragoza, que ya de por sí era explicitito, por Gozazara para que no hubiera dudas.
Pero Amancio, del que todos aseguraban que su emporio textil lo había creado de la nada, vendiendo batas, mientras otros aseguraban que fue con botones sin agujero para luego crear varias factorías dedicadas a la perforación de botones sin agujero, estaba seguro de que lograría cambiar el nombre de la ciudad, pero no porque poseyera miles de millones y comprara la voluntad popular, sino por una cuestión personal, por ser la capital maña. y así se lo comentó a sus directivos: «¿Maña?, van a saber lo que es tener maña».
Cuando Amancio Ortega, que se hallaba en Londres negociando la adquisición de una empresa que se dedicaba a comprar empresas de otras empresas, fue conocedor de la petición, se puso en contacto con el Pentágono para que le habilitaran una línea directa con Pasadena sin ningún tipo de interferencias. Una vez que se comunicó con él, le hizo saber que, en veinte universidades americanas y otras tantas europeas, estaban diseñando quinientos zepelines, con capacidad para cien mil personas cada uno, que aterrizarían en Galicia para evacuarlos y ponerlos a salvo, por lo que estimaba que en algo más de una semana comenzarían lo que denominó «Operación Onde Estés».
El nombre no dejaba lugar a dudas, consistía en rescatar a todos los gallegos, absolutamente a todos allí donde estuvieran, por muy remoto que fuera el lugar, pero Amancio, que era un lince de la estrategia comercial, sabía que, al ser patrocinada por él, la gente, en vez de decir «Operación Onde Estés», diría «Operación Inditex», como así fue.
Cuando Amancio explicó su propuesta, Pasadena; Pepe Xirelo, Lito, Lola la palilleira; Fandiño el amarrador; Suso el redeiro y el maderero de Monterroso no pudieron menos que exclamar:
− ¡¡¡Pero Amanciño, oh!!! ¿Pra que jastaches? ¿¡¡¡Como imos abandonar Jalisia!!!? Ti toleaches, ¿non?
−Por encima de todo, antes que nada están vuestras vi-das−contestó Amancio mientras firmaba la compra de Li-bia, Egipto y Sudán y pedía que le trajeran un helado de coco y cacahuete.
− ¡Ay non, Amancio! ¡Ay non non!, nós non deixamos Jalisia, antes morrer na nosa terra.
−Pero hombre…
−Nin homes ni mulleres, dilles que non che saquen os cartos, que xa pensaremos algo, malo será.
−Pero…
−Amancio, atende, que che o ajradecemos ijual, que sabemos que o fas por ben, pero que non, que de eiquí non marchamos.
−Entonces…
−Ti manda os bikinis e os bañadores e que enchen o campo de Balaídos co protector solar, que xa fas bastante. Oes, Amancio, ¿podo pedirte un favor? −dijo Pasadena.
−Dime.
−Mira, coma ti eres co único que falo que está en España…, unha prejunta: ¿Cómo te está o sitio de onde saimos voando?
−Pues igual, solo que ahora el mar llega a Ponferrada.
−Aahh, ¿sejuro que está ijual?
−Igualito.
− ¿Tamén as bateas?
−También.
−Mira, non che o tomes a mal, nin entendas cousas raras, ¿vale? Como che digo, é porque eres co único co que falo que está en España.
−Vale−respondió intrigado Amancio mientras le presentaban una máquina novedosa que imitaba su firma y que hacía un millón a la hora, ya que estaba cansado de tanto estampar su rúbrica en documentos.
−Mira, en Portujal, en Coimbra, teño un socio que lle chaman Alfonso de Amarantes, máis conocido por O Es-pañol; apunta, Alfonso de Amarantes. Ben, pois lle dices que vaia a batea e que saque as catro mil cajetillas de jius-ton e que as meta nun jlobo e que a descarje eiquí, en Fiste-rra, que xa as collo eu, ¿comprendes, Amancio?
−Sí, pero las cosas ilegales…
−Atende, oh, que estamos nunha situación moi complicada; eu che son moi sincero, eu sen tabaco de contraban-do non son ninjén, non sei, me falta aljo.
−Bueno, yo se lo digo y nada más, ¿dices que se llama?
−Pero non apuntaches… A ver, oh; Alfonso de Amarantes, O Español, Alfonso de Amarantes.
−Vale, hasta otra conexión; ya me dicen que van para ahí los bikinis, los bañadores y la protección solar. ¡Ánimo, Pasadena!
− ¡Espera espera, Amancio!
−Dime.
−Mira, e que é unha cousa que levo eiquí coma un puñal clavado no peito, pero desde sempre, ¡eh!
−Dime.
− ¿Pódoche prejuntar unha cousa moi personal?, se non queres non pasa nada, ¡eh!
−Sí, hombre, pregunta lo que quieras, ¿qué es?
− ¿Ti que carallo fas con tantos millóns?
−Pues creo empresas, puestos de trabajo…
−Non, xa, pero eu non me refiro a iso, sino cando vas de festa.
− ¡Ah!, nada especial, igual que tú, tomo algo con los amigos, charlo con ellos, me río…
−Enton, iso de que compras unha isla para festas e caralladas non e certo ¿non?
−Claro que no, como voy hacer esas locuras.
−Oes, perdoa por a prejunta ¡eh!, é que era unha curiosidade moi jrande a que tiña.
−Nada, no te preocupes; si necesitas algo, llámame.
−De acordo, ¡¡oes oes!!, mira ¿que te chamo, Amancio o señor Amancio…?
−Dalo mismo, como quieras.
−Ah, ben, unha aperta.
−Hasta luego.
−Ata logo, Amancio.
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