Qué le vamos a hacer, debo de estar tocado por la manos de Dios, pero lo he vuelto a conseguir. Otra gesta, otra hazaña por la que sé que por ahora no seré reconocido, pero que en treinta o cuarenta millones de años, si alguien lee estas líneas, no tengo la menor duda que exclamará: «¡¡Qué tío!!!, ¡¡qué crac!! ¡¡increíble!!». Y entonces, pues no sé si la Comunidad Internacional si aún existe; el Gobierno de España o lo que quede de él, la Xunta de Galicia o el presidente de la comunidad de vecinos honrarán mi memoria.
¿Y qué fue lo que hice? ¿cuál fue en esta ocasión la proeza, el hito, que quedará para la posteridad y con el que quizás mis tatatatatataranietos presuman de mí? El asunto es que hace unos días tenía que ir a firmar unos libros y, cuando esto sucede, pues como que te arreglas un poco para causar lo que se dice buena impresión. Entonces cogí una camisa de color azul, me puse un pañuelo violeta clarito y una chaqueta crema. Luego fui al cuarto de baño, me peiné y de repente… ¿pero dónde está la colonia, aparte de en Alemania?
Miré y miré por la repisa del lavabo, en un armarito que tiene un sencillo espejo, fui al otro cuarto de baño, luego al salón, y cuando ya estaba buscando en el congelador si por un casual estaba allí el líquido aromático, me enfrenté a la cruda realidad: No hay colonia.
Un tipo mediocre seguro que diría «pues no hay nada que hacer… »; pero eso, eso solo lo hace un elemento vulgar, insípido como un cartón o aséptico como un quirófano, yo… no, jamás.
Así que mi mente se puso a unas revoluciones que estimé en 7.833 por segundo y cavilé: «¿Y si me froto la ropa con las rodajas de limón que hay en la nevera? ¿y con las de naranja? ¿y si me echo zumo de frutas de El Caribe en la cabeza y unas gotitas en lugares estratégicos?»
Tras descartar la patata, un par de anchoas, el pimiento de Padrón, y la cebolla y el ajo por razones obvias, de repente, un haz de luz, como si fuera una espada o una flecha lanzada por una impresionante amazona, entró en mi cerebro. Y sí, ¡¡¡¡ allí estaba la solución !!!
Justo en un cajón, al lado de no sé cuántos botes y un sacacorchos se hallaba lo que podía resolver una situación que por momentos me tenía histérico. Allí, al abrir una portezuela de un mueble de cocina recordé el aroma suave que contenía aquel objeto, aquel plastiquillo que tantas veces había tenido en mis manos. No me lo podía creer.
¿Que qué era?. Sí queridos amigos, allí, medio enroscada y enrollada como una serpiente estaba lo que me iba a solventar el drama que estaba viviendo. La bolsa de la basura; sí, la bolsa de la basura sin estrenar, con ese perfume que tiene a aire limpio, a primavera, me hizo ver otro mundo.
Así que inmediatamente, metí la cabeza en ella durante tres interminables minutos en los que no pude fumar; y entonces, tras esos 180 segundos asfixiantes, me dirigí a la siux, mi mujer, y le dije. «¿Te gusta el olor de esta colonia?».
Y cuando ella dijo que sí, que no estaba mal…, cuando oí eso…. cuando lo escuché, te lo juro que fui corriendo por el pasillo hacia una ventana, me arrodillé, miré a lo alto, al infinito, como traspasando las nubes, el cielo, el sistema solar y algún que otro par de astronautas y me dije «¡¡¡Dios existe!!, ¡¡Dios existe!!, ¡¡Dios existeeee!!!.».
Y casi al unísono oí otra: «Dios existe; pero tú, de milagro, que se te llega a enredar la bolsa y firmar… en vez de libros firmas el acta de defunción». De verdad, y no me duelen prendas, soy un héroe.
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